El tiempo final también es la muerte

En el último capítulo de Eclesiastés encontramos la final advertencia:

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen años de los cuales digas: «no tengo en ellos contentamiento».

Esto implica el final del discurso que, después de haber expuesto la sabiduría humana y sus alcances, el consejo no se hace llegar tarde. En el midrash sobre el salmo 95, en la carta a los Hebreos se comenta que la rebeldía, el seguir el consejo propio, anula la libertad y que antes de morir así, existe tiempo de tomar acción:

¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, Le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? (Heb 3:16)

antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: «Hoy»; para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado. (Heb 3:13)

Es conocida la disertación del Talmud sobre cuál es el mejor día para arrepentirse: «Arrepiéntete un día antes de tu muerte» … «el hombre debe arrepentirse hoy, porque quizá mañana ya habrá muerto» (Shabat 153a).

Con todo esto no es difícil decir que la muerte también es el tiempo final de cada quien, que en cuanto a la salvación y la prudencia propia «más vale perro vivo que león muerto» (Ecl 9:4), pues «está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Heb 9:27).

No esperemos que seremos testigos del tiempo último en que vuelva El que prometió hacerlo para juzgar a la tierra pues cualquier día puede ser como el de aquél que, confiando en sí mismo, después de haber logrado el éxito y de disponerse a disfrutar del bien merecido, se le dice: «necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quíen será?» (Lc 12:20).

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